Este animal de incierta identificación da la pauta para mencionar que la producción del arte cerámico en la cultura de las tumbas de tiro, asentada en gran parte del Occidente mesoamericano, se hizo en cantidades colosales. Aun cuando no se han encontrado vestigios arqueológicos de los talleres donde se manufacturó, con seguridad existieron en gran cantidad, con variados niveles de calidad, diversas fuentes de materia prima y, en el marco de los saberes tradicionales, con particulares modos de hacer las piezas. Respecto al interior de cada taller puede pensarse que existían obras de maestros y aprendices.
La pieza que vemos parece corresponder a la mano de un artista no muy avezado en cuanto al modelado y la representación de ciertos rasgos específicos que permitan reconocer la especie plasmada, si bien, claramente exhibe algunas de las características del famoso estilo Comala, del valle de Colima: la superficie de color rojo y bruñida, el tratamiento alisado de los volúmenes y la cola con la forma de una vertedera tubular que pone en evidencia que la obra es hueca.
Cabe suponer que se trata de un perro debido a su configuración anatómica y a que en dicho estilo artístico abundan los perros: los hay de excelente manufactura y otros de calidad menor. A pesar de las deficiencias aludidas, el ceramista supo imprimir a la pieza la expresividad que también distingue al estilo Comala: el animal levanta la cabeza, mira hacia arriba y el trazo de la boca lo hace lucir contento, acaso agradecido con quien parece mirar.
Llaman la atención los distintos planos en el torso que resaltan las secciones superiores de los costados y la columna vertebral; pudieran corresponder con las partes que sirvieron para construir la escultura y se unieron insuficientemente en el modelado. Es posible que la cola figurada como una ancha forma tubular corresponda al sello del taller que le dio origen o a la tentativa funcionalidad del objeto como un recipiente.