El extraordinario parecido de las dos esculturas permite pensar que son obra del mismo artista y también que se encontraron juntas; dado que son piezas modeladas, y no hechas en molde, resalta más la intencionalidad para crear dos imágenes similares. Los senos levemente abultados, la cintura estrecha y la cadera ancha señalan su condición femenina; el abdomen plano indica juventud. Se figuraron en posición sedente, como si estuvieran en una banca, aunque no hay indicios de que hubieran estado adheridas a un soporte; es muy posible que existiera uno exento, de tal manera conformarían un conjunto escultórico. Tomando en consideración su tamaño pequeño, destaca la minuciosidad de los detalles, incluso en la parte posterior –entre otras cosas, se aprecia la continuación de la indumentaria— y la del mismo modelado, con los volúmenes corporales torneados.
Las dos mujeres visten máxtlatl. Cuando se menciona “máxtlatl” viene a la mente la prenda de origen antiguo en México que cubre los genitales masculinos; según lo testimonian las esculturas, en la sociedad que construyó las tumbas de tiro la usaron también las mujeres. A diferencia del resto de las culturas mesoamericanas, excepto la de El Opeño que es antecesora directa de la de tumbas de tiro, en ésta no se trata de una vestimenta exclusiva de los hombres. En términos amplios, consiste en un lienzo de tela que pasa entre las piernas y se ata a la cintura; existen numerosas variedades; su denominación en idioma náhuatl –“máxtlatl”— es la más difundida.
En las figuras que vemos, las incisiones en la sección triangular delantera marcan los pliegues del paño; en el lado que se ve a la derecha cuelgan seis formas alargadas con terminaciones esféricas semejantes a borlas, aunque de incierta identificación. Las mujeres muestran la cabeza rapada, sólo con dos mechones angostos en el eje central longitudinal de la cabeza; el cabello de uno de los mechones llega hasta la mitad de la espalda. La principal diferencia entre las dos piezas es el collar con aros que ornamenta a una de ellas; por lo demás, ambas presentan varios aros o bandas como brazaletes.
El estilo Tuxcacuesco-Ortices en el que se inscriben es uno de los más sobresalientes en el arte escultórico del pueblo de las tumbas de tiro; su amplia presencia territorial se liga con un extenso periodo de producción, al parecer, a lo largo de toda la temporalidad de la cultura; asimismo se distingue porque cuenta con numerosas variantes; en la clasificación propuesta por Carolyn Baus estas piezas son del tipo IIIc, que denomina “acinturadas”. Los rasgos comunes de todas las piezas de dicho estilo son la pasta de grano fino, el modelado de volúmenes sólidos de pequeño formato, alisados pero no pulidos y uso abundante del pastillaje; también se ven detalles incisos y acaso pintados en uno o dos colores –blanco/crema y negro–, en la mayoría sólo se ve la superficie engobada, como en las esculturas de las que nos ocupamos. En lo iconográfico predomina la figuración de seres humanos.
El pastillaje consiste en la aplicación de pequeñas porciones de pasta de barro para crear detalles diversos, aquí se trata de los ornamentos, el peinado, la indumentaria y rasgos faciales y corporales; las formas que resultan pueden ser muy variadas, así encontramos distintos tipos de ojos y bocas, en estas mujeres remiten a botones con dos orificios.
En el mismo arte de esta cultura, el estilo Tuxcacuesco-Ortices guarda ciertas correspondencias con la variante del estilo nayarita Ixtlán del Río que consta de esculturas sólidas de pequeño formato, en particular por su elevada expresividad y sentido narrativo, si bien, en el del sur de Jalisco y Colima la manufactura es más fina o minuciosa, la indumentaria y los ornamentos son elementos destacados, las figuras son más altas y aplanadas y lucen un dinamismo más contenido. En este orden de ideas, las mujeres aparentan sentarse plácidamente; es factible que las manos sobre el abdomen sean un ademán significativo.