Cruzando el río Tuxpan, dejando a espaldas los antiguos territorios de la civilización de El Tajín para internarnos en la amplia llanura costera que forman los límites de Veracruz con Tamaulipas, comienza la Huasteca. Tierras inmensas que continúan en San Luis Potosí y que al poniente remontan la Sierra Madre para hacerse de vastas extensiones de Hidalgo y Querétaro. Se trata de un área cultural con manifestaciones humanas muy antiguas cuya identidad se explica a partir de un origen étnico y lingüístico común.
Con todo, la llanura costera parece haber sido el núcleo inmemorial de su origen. Su presencia en la montaña o en el desierto de Nuevo León más parece responder a procesos de expansión de sus poblaciones a lo largo del tiempo. La cuenca del río Pánuco y las riberas del Tamesí fueron de una particular efervescencia cultural en el período Formativo. Sabemos bien que entre ambos ríos había asentamientos que se nutrieron de modelos culturales venidos del sur de Veracruz. La cerámica olmeca se hizo presente en estos alejados territorios de Mesoamérica y encontró la manera de fundirse en las expresiones de la alfarería huasteca.
Los ceramistas dieron forma a una infinidad de representaciones femeninas que se multiplicaron acompañando el desarrollo local del México prehispánico. Las figuras de mujeres ciertamente no eran una novedad. Hay espléndidos ejemplos de ellas en Tlatilco, en el Altiplano Central mexicano, como en muchos otros lugares de Mesoamérica. Pero lo que es realmente interesante en la Huasteca, es la capacidad de supervivencia de estos antiquísimos cultos en momentos de la civilización donde la imagen de la mujer aparentemente ha transitado hacia otro universo simbólico. Es decir, ha quedado integrada a expresiones mucho más complejas, más elaboradas en el terreno de la ideología, que ahora determinan su disminución o hasta desaparición de los temas recurrentes de la cerámica mesoamericana. No así en la Huasteca, no en la cuenca del Pánuco, donde es posible comprobar que siguieron modelándose a lo largo de los siglos.
Es muy difícil acertar en lo que hace a los motivos que permitieron la supervivencia de este culto de origen inmemorial sin abandonar el cuerpo de las mujeres como vehículo natural de expresión. Además de cientos de figurillas cerámicas, en el período Posclásico se labraban hermosas esculturas femeninas con el torso desnudo, las manos puestas en los senos y vestidas con enagua. La figurilla que aquí nos ocupa, igualmente desnuda del pecho y con un lienzo que le cuelga de las caderas, revela una fase temprana de este culto antiquísimo probablemente concentrado en la fertilidad, en la capacidad de las mujeres de dar vida, y en las prácticas agrícolas.