La pieza que aquí nos ocupa se trata de una vasija con la efigie de un mono, en realidad es una jarra cuya asa tiene función de vertedera y donde la cabeza del animal aparece erguida aprovechando la forma del cuello.
Las extremidades se encuentran realzadas sobre el cuerpo globular de la jarra, los brazos y los pies son de color negro, pintados con chapopote –petróleo crudo – que les da un brillo muy particular, el mismo que por otra parte se descubre en el rostro por hallarse parcialmente cubierto de la misma pintura. Las órbitas de los ojos y probablemente la boca fueron pintadas de rojo, sólo las pupilas son negras como el resto de la cara.
La vasija muy probablemente procede del centro de Veracruz, de algún lugar de la llanura costera entre el río de los Pescados y la cuenca del Papaloapan, donde los eventos asociados con la conformación de la singular identidad cultural del Clásico tardío tomaron forma en lugares distintos de este amplio territorio. Pronto en el Clásico temprano (ca. 350 d.C.) comenzaron a manifestarse localmente las cerámicas de la esfera cultural teotihuacana y, junto con ellas, una cierta disposición de las élites por incorporar este estilo que se extendía rápidamente por buena parte de Mesoamérica, representado por vasijas y figurillas de formas hasta entonces inéditas. Aquellos cambios venidos desde el centro de México debieron incidir en la conducta ritual de las clases dirigentes, puesto que fueron ellas las que promovieron su imitación local y quienes terminaron por incorporar tan novedosos productos al propio ceremonial.
De cualquier forma no fueron pocos los elementos culturales que terminaron por remontar las montañas para tomar carta de identidad en la gran metrópoli del centro de México. Uno de los casos más conocidos es la introducción de una serie de figurillas ocupadas en retratar precisamente la apariencia general de los monos, pero estas representaciones no diferían en lo sustancial de la que aquí tenemos a la vista. Es interesante notar que muchas de ellas incorporan la misma pintura negra de chapopote, tal y como sucedía en la costa del Golfo de México. No hay que descartar que varias hubieran sido elaboradas en tierra caliente, pero no es menor el número de ejemplos que fueron modelados por alfareros que residían en esta última ciudad.
No se podría decir si todas las piezas que incorporaron chapopote necesariamente alcanzaron los valles centrales de México por actividad comercial o si fue sólo la pintura la que viajaba desde lejos. De cualquier forma, en lo que hace a su incorporación ritual, es posible que cierto culto simbolizado por la efigie del mono hubiera podido desarrollarse en esta época, siempre estimulado por la vitalidad de los contactos comerciales que unían entonces a los bosques tropicales de Veracruz con el Altiplano Central mexicano.