Guerrero es una de las nueve regiones culturales en las que está dividida la superárea denominada Mesoamérica y es también una de las que existen mayores lagunas en el conocimiento de su historia. Como evidencia de lo anterior, hasta hace poco tiempo se le incluía en la región Occidente, otra ampliamente desconocida; no obstante, los avances en los estudios han revelado que la entidad así nombrada en la actualidad constituye por sí misma una unidad geográfico-cultural que, en tiempos precolombinos, mantuvo estrechas relaciones con el centro de México, la Costa del Golfo y la costa pacífica del Occidente, de Oaxaca y Chiapas.
A su vez, en Guerrero se han identificado seis subregiones geográfico-culturales; la pequeña escultura que atendemos proviene de la llamada Costa Grande, que consta de una estrecha franja costera limitada al norte, por la Sierra Madre del Sur, al oeste por la desembocadura del río Balsas, en la frontera con Michoacán, y al este por la bahía de Acapulco. La Costa Grande tiene vestigios de una muy antigua ocupación humana, de hecho, la primera cerámica mesoamericana – esto es, del Preclásico temprano –, se encontró en Puerto Marqués, un sitio inmediato a Acapulco.
Nuestra pieza se ubica en el Preclásico tardío; muy poco se sabe de la sociedad que le dio origen; el arqueólogo Rubén Manzanilla ha registrado arquitectura ceremonial compuesta por grandes montículos y plataformas alargadas asociadas con plazas en los sitios de mayor importancia política y simbólica, como Playa de Horno y Tambuco en Acapulco; Coyuca, Corral Falso en Atoyac; San Jerónimo; Nuxco de Techan y Victorino Rodríguez en Zihuatanejo. Asimismo, Manzanilla subraya que las esculturas del estilo San Jerónimo, en el cual se inscribe nuestra obra, son indicadores más precisos de unidades político-territoriales, en cuanto a que es factible reconocer algunos subestilos o variantes zonales. Es probable que aludan matriarcados puesto que, hasta donde se conoce, en dicho estilo todas las imágenes son de mujeres.
La mujer que vemos está sentada, aunque no se logró del todo la posición de las piernas extendidas al frente, la indicación en silueta de las nalgas –más clara en la vista posterior – no deja lugar a dudas de la postura. Como es típico de este estilo, muestra un peinado alto con dos abultamientos y orejeras discales; en el desnudo sobresale el ombligo, se ornamenta con una gargantilla compuesta por placas rectangulares y protuberancias en los hombros en los que muy posiblemente figuren escarificaciones. Este último atributo es constante en las esculturas humanas de la región occidental, desde el Preclásico medio y sobre todo en la cultura de las tumbas de tiro, que en parte resulta contemporánea a la temporalidad del estilo San Jerónimo; los he interpretado como motivos que replican la corteza del pochote, un árbol sagrado cuya superficie rugosa remite a la de la tierra.