La escultura de piedra blanca es maciza y tiene una cualidad tridimensional. Representa a Tláloc, el principal dios del agua de todos los pueblos mesoamericanos y que es conocido como Chaac entre los mayas, Cocijo entre los Zapotecos y como Tajín entre los totonacas. Es una de las deidades más antiguas y veneradas por ser el dios que abastecía el líquido vital y enviaba el granizo, los relámpagos, los rayos y las tempestades, o bien alguno de sus representantes.
Tempranamente se le encuentra representado ya sea en la escultura de arcilla o piedra y en la pintura, en los códices o murales, y su imagen continúa siendo una de las más emblemáticas a lo largo de la época del Clásico y Posclásico en tanto que su representación persiste en la actualidad. Ahora a Tláloc se le reconoce en muchas de las obras que concibieron artistas plásticos mexicanos del movimiento muralista: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros lo representaron siguiendo los antiguos cánones.
Al dios del agua siempre se le reconoce por las grandes anteojeras formadas por dos aros y por la forma serpentina que porta como bigotera que enmarca su boca, posiblemente una máscara que por lo general está pintada de color azul. En algunas representaciones de la boca del dios también emergen colmillos o largos dientes y su nariz frecuentemente muestra dos formas entrelazadas y por lo general, su rostro está pintado de color negro.
Como escribió Diego Durán, refiriéndose al dios, la deidad tenía un rostro serpentino con colmillos muy grandes, a la vez que Bernardino de Sahagún registró que el dios tiene todo el rostro pintado de negro, untada con olli (hule) derretido, y que en las mejillas lleva un emplasto de semillas de chía.
Entre la escultura de barro de la Costa del Golfo, procedente del sitio llamado El Zapotal, Veracruz que alberga el Museo de Antropología de Xalapa, encontramos una pieza que comparte muchas de las características de nuestra escultura. En este caso se trata de una escultura de cuerpo completo modelada, no solamente de una cabeza exenta como la que aquí vemos, y se ha propuesto que se trata de la representación de un sacerdote dedicado al culto del dios del agua quien personifica a la deidad, y por analogía, sobre todo la simplicidad de las formas que conforman el rostro de ambos ejemplos, cabe pensar que nuestra escultura de igual modo representa a un hombre que personifica al dios en alguna ceremonia.
Imaginemos a los sacerdotes de Tláloc en una de las muchas ceremonias que se celebraban en honor al dios; en la ceremonia que se celebraba en el mes décimo sexto, Atemoztli, por ejemplo. En ella ofrecían copal y otros perfumes como yauhtli y olli a sus dioses y rogaban por el agua. A la vez que en su templo en Tenochtitlan, figuras de Tláloc fueron depositadas en las ofrendas dirigidas a la deidad.
La morada de Tláloc era el Tlalocan que Bernardino de Sahagún describe como el paraíso terrenal, un lugar donde siempre hay verduras, maizales verdes y toda manera de yerbas, flores y frutas, y donde siempre es verano y era a donde iban los que morían ahogados o matados por un rayo, así como los hidrópicos y los gotosos.