Sobre la superficie pulida de color ladrillo quedan huellas de una cubierta blanca y roja. Por el tamaño proporcionalmente muy grande de la cabeza, y su postura hacia delante con una ligera inclinación, la atención se centra en la cara. Con un sutil modelado se marca una línea continua que corresponde a las cejas y refuerza la mirada de los ojos almendrados. La nariz está delicadamente modelada y las narinas indicadas con incisiones.
La boca entreabierta y los labios gruesos con las comisuras hacia abajo como también la postura en flor de loto con las manos sobre las rodillas dan al sujeto representado la expresión característica del arte de estilo olmeca, del cual participó plenamente el Valle de México y zonas aledañas.
Aunque la parte posterior de la figura es sumamente esquemática, conserva cierta bidimensionalidad por la tensión de la cabeza hacia delante. El modelado del cuerpo se centra en la fuerza de los músculos del pecho y los hombros, lo que podría ser indicio de que se trata de una figura masculina. Con incisiones se detalla el ombligo y los dedos de las manos y los pies. Algunos detalles parecen aludir a las diferencias que existían en esta sociedad ya muy compleja de los albores de la civilización mesoamericana.
El cráneo está raspado, la boca entreabierta deja ver unos dientes pintados de blanco y la cabeza ostenta una muy pronunciada deformación de tipo tabular erecto. Esta deformación además podría ser más particularmente una en la cual no solamente se aplanaba la parte frontal y occipital, sino que con una banda horizontal se modelaba la cabeza para marcar una división en dos lóbulos, el superior sobresaliendo un poco del inferior. Cráneos modulados de esta manera y sus representaciones artísticas han sido encontrados en diversas partes de la ecúmene olmeca. Podría tratarse por lo tanto de una referencia a un individuo perteneciente a un grupo que gozaba de ciertos privilegios al juzgar por la riqueza de los ajuares con los cuales este tipo de figurillas suele estar asociado.