Esta bella pintura representa una conversación entre san Agustín y su madre, santa Mónica, interrumpida por la presencia divina de Dios Padre, quien asoma en un rompimiento de gloria con varios querubines, sacralizando el momento. Los santos, a los lados, lo miran sorprendidos: ella con la mano derecha en señal de habla y la izquierda con la palma hacia arriba, como para recibir la bendición celestial, en tanto que él se toca el corazón conmovido con la presencia de Dios con su derecha y señala el espacio terrenal con la izquierda.
Los santos aparecen sentados en un parterre con arcos, pleno de macetas floridas que confieren la sensación de calma y abundancia con sus diferentes colores y formas. Todo está distribuido ordenadamente en la obra, desde los personajes delante de las columnas de la arcada, las baldosas del suelo en leve punto de fuga al centro de la composición, hasta los seis pares de macetas en cada espacio, logrando una la composición balanceada, armónica y jerárquica, en la que Dios ocupa el lugar central. No obstante, las miradas y manos de los personajes, el cuerpo un poco inclinado de Dios, y el formato ovalado vertical de la pintura, le confieren dinamismo y variedad.
Una característica especial de la obra es que está pintada sobre tecali amarillo, un tipo de piedra local similar al mármol, lisa, veteada y en algunas zonas traslúcida, que no fue común como soporte para la pintura novohispana. La apariencia de esta piedra se dejó descubierta en todo el fondo de la escena y en el rompimiento de gloria, confiriendo al espacio una tonalidad dorada, celestial y cálida.
Pintar sobre piedra era una tarea compleja, pues el anclaje de la pintura el soporte liso requería tener una buena técnica y adhesivos adecuados. Algunas zonas de la obra debían tener capas más gruesas para cubrir la apariencia de la piedra, en tanto que en otras se aprovechaba su color, brillo y textura como recurso expresivo o narrativo, como señala el tratadista Francisco Pacheco de la pintura sobre jaspe:
Han usado, nuevamente, los italianos, pintura en varios jaspes, historias y figuras, reservando las manchas naturales: unas que parecen resplandores y nubes y otras que parecen sierras, montes y aguas, acomodando la historia o figura en que se puede aprovechar la pintura natural de las piedras; y aun dicen que hay personas señaladas en Roma a quien se llevan y les pagan porque hagan elección de lo que será apropósito parrafada género de jaspe.[1]
Esta cita ofrece dos puntos importantes respecto a la pintura del Museo: el aprovechamiento de los jaspeados naturales, como en este caso los resplandores y nubes, y el hecho de que se vincule con una técnica italiana, ya que en el siglo XVIII la influencia de la pintura de esta península se amplió en el territorio novohispano, en particular en la ciudad de México y Puebla. El tecali era producido en Puebla, usándose comúnmente para cubrir ventanas en templos y sacristías, dando un toque de color a la luz.
Si bien es difícil ubicar con perfecta precisión la fecha de la obra o su lugar de origen, es probable que fuera pintada en la segunda mitad del siglo XVIII, por características como el orden de la composición, su atención al detalle decorativo y la expresividad de los personajes, que no son consistentes totalmente con la obra del pintor de la ciudad de México, Juan Rodríguez Juárez (1675-1728), quien por otro lado experimentó con soportes no usuales en algunas de sus obras. Quizá por ello se trate de una firma apócrifa (el artista solía firmar como Johannes Rodriguez Xuarez, sin abreviar el Rodríguez), en aras de subir el precio del mercado.
De cualquier manera, la obra muestra un muy buen manejo de la expresividad y de los recursos plásticos que ofrece el inusual soporte, potenciando la narración de sorpresa del momento íntimo que los santos tenían antes de llegada de Dios padre, quien con su presencia atestigua la importancia y jerarquía de los fundadores de la orden agustina.
[1] Francisco Pacheco. El arte de la pintura, Edición, introducción y notas de Bonaventura Bassegoda i Hugas, Madrid (Cátedra, 1990 [1649]) 490