Con cuerpos muy estilizados se fabricaron desde época muy temprana toda una serie de figurillas de barro, hombres y mujeres, en las que destaca su desnudez. Aún así, muchas de ellas ponen especial cuidado en representar elaborados diseños corporales pintados de color negro y en algunos casos con chapopote.
La Huasteca, un enorme territorio en el oriente de Mesoamérica cuya uniformidad cultural le viene de una probada unidad étnica y lingüística, se extiende entre el mar de Tamaulipas y las montañas de Hidalgo y Querétaro. Atravesada por ríos impetuosos y clima contrastante, fue escenario del surgimiento de múltiples asentamientos prehispánicos, varios de ellos de una antigüedad sorprendente y que desde entonces atestiguaban una enorme complejidad política y social. Tanto en tierra caliente como en las sinuosidades de la montaña, no sólo compartieron una lengua ancestral sino que estructuraron su propio universo simbólico a partir de tempranos rituales y de sacrificios humanos, estos últimos ofrecidos a los dioses en ocasión de ceremonias de carácter propiciatorio.
En un barro rico en arcillas se modelaron a lo largo de los siglos grupos enteros de figurillas, todas interesadas en la figuración del cuerpo humano y en el simbolismo del juego ritual de la pelota. Una enorme cantidad de ellas proceden de actividades de saqueo y de las cuales hemos perdido irremediablemente el contexto del que participaban; es de suponerse que debieron vincularse con ofrendas o entierros, pero son tantas que no sería prudente descartar su inclusión en cultos domésticos de origen inmemorial.
Estas dos piezas de excelente factura es probable que provengan de un mismo lugar, un entierro a manera de ofrendas o que hubieran sido depositadas juntas en ocasión de algún ritual. El caso concreto es que son testimonio de actividades muy antiguas que deben corresponder al período Formativo (ca. 300-0 a.C.). La de mayor altura es una típica representación femenina, provista de grandes caderas y de senos. Sobre las piernas y desde la cintura se observan diseños curvilíneos que se extienden al abdomen. En los hombros y rodeándole los brazos se aprecian motivos a base de líneas rectas y puntos; la pintura es de color café obscuro, la misma que se utilizó en el tocado.
Llama la atención en ambas figurillas el cuidado puesto en el modelado de los tocados y en la representación de los adornos de las orejas. La segunda puede corresponder a la figuración de un hombre, mucho menos adornado con diseños corporales y apenas provisto de ajorcas pintadas en brazos y piernas. Las piezas tienen un acabado muy pulido, se encuentran prácticamente bruñidas, y el manejo de los rasgos del rostro es casi idéntico en ambas, tan similar que no sería de extrañar que ambas figurillas procedieran de las manos de un mismo alfarero.