Sobre la cubierta de una mesa que rebasa los límites del lienzo, se halla en el centro un frutero en forma de copa, lleno de frutos: un mamey y una piña abiertos que muestran sus jugosas pulpas, dos limas, una granada china, un higo y una guayaba. A la izquierda se observa una canasta con variadas legumbres (rábanos, nabos, zanahorias, chayotes, cebollas, un pimiento y una lechuga), una pata de cerdo y un trozo de tocino. En el centro, debajo del frutero, yace una gallina desplumada con las patas hacia arriba y, a la derecha, aparece una olla de barro con una cuchara de madera, una cazuela de cobre, un vaso, una licorera y la tapa de ésta. El fondo neutro y oscuro permite resaltar el colorido y las texturas de las frutas, los vegetales y los diversos objetos que figuran sobre la mesa, iluminados por una fuente de luz indefinida proveniente del lado izquierdo que proyecta la sombra de algunos de ellos sobre la base de la mesa.
La Academia poblana en la que se formó Arrieta, a diferencia de la Academia de San Carlos de la ciudad de México, promovió la producción de los llamados “géneros menores” en la teoría de la jerarquía de los géneros, como la naturaleza muerta (llamada también bodegón, alacena o cuadro de comedor), la pintura de costumbres y el paisaje en sus diversas modalidades. Regida más por los lineamientos de la tradición artística flamenca y holandesa que por los de la franco-italiana como la de la capital, la academia poblana se convirtió en las décadas centrales del siglo XIX en el centro de producción nacional más importante de bodegones y pintura costumbrista, de los que Arrieta hizo su especialidad y por los que hoy es considerado uno de sus más célebres practicantes.
La mayor parte de las naturalezas muertas de Arrieta siguen la misma composición con muy pocas variantes. La estructura de la pintura parte de un objeto, casi siempre de mayor tamaño que los que lo circundan, ubicado en el centro como eje vertical y a partir del cual se distribuyen los diferentes elementos sobre la plataforma de una mesa de tonalidades beige que les sirve de base y que se despliega a lo ancho del campo pictórico sin mostrar sus límites. Cuando el pintor firmaba sus lienzos, solía hacerlo en el centro del borde de la mesa; si bien, en este caso, la obra no está firmada. Otra peculiaridad que caracteriza a los bodegones del artista es el fondo neutro y oscuro, con seguridad para acentuar el rico y variado colorido de las frutas, las legumbres o las flores. Todas estas propiedades se hallan presentes en los dos cuadros de comedor que forman parte del acervo del Museo Amparo.
En cuanto a los enseres que aparecen en las obras, Arrieta alternó los de factura netamente regional con otros de origen europeo o asiático, que revelan no sólo la diversidad de los ajuares poblanos decimonónicos en la cultura culinaria, sino también la fusión de variadas tradiciones gastronómicas que dan fama a la cocina angelopolitana. No por azar estos cuadros formaban parte intrínseca de la decoración de los comedores en las casas de la burguesía y fueron objeto de una gran demanda, como lo prueba el copioso número de bodegones realizados por Arrieta y otros artistas como Manuel Serrano.
Pese a que en la pintura que nos ocupa no aparecen objetos de fabricación europea o asiática como en muchas otras de las alacenas de Arrieta, el observador puede identificar algunos típicos de la producción artesanal como el jarro de barro vidriado en tonos marrones y negros, la cuchara de madera, el cazo de cobre martillado, la canasta de mimbre, el frutero de loza o porcelana pintada y la licorera y el vaso de cristal y deleitarse con el meticuloso dibujo y el vibrante colorido que describe las texturas de los diferentes materiales, producto de las manufacturas, pero también de los frutos y legumbres, productos de una tierra pródiga.