El oriente de Mesoamérica, los litorales marinos de Tabasco y Campeche, fueron testigos de una serie de transformaciones culturales que se resumen en la producción artística del siglo IX de nuestra era. En ella puede comprobarse un distanciamiento estilístico con los modelos del arte maya del período Clásico y la introducción no sólo de elementos hasta ahora desconocidos en la escultura monumental sino de toda una serie de temas nuevos, como es el cómputo de los ciclos sinódicos de Venus, que se asocian con las representaciones de varias generaciones de gobernantes cuya fisonomía en la piedra los revela como de origen “extranjero” o como portadores de un modelo cultural foráneo.
Este momento singular de la civilización se manifiesta acompañado por una tensión entre experiencias culturales distintas que se opone al gusto decorativo y a la expresión simbólica ancestral del mundo maya. Se trata de un momento fascinante de la civilización que no ha quedado del todo explicado y donde siguen presentes los mismos elementos que llevaron a Thompson hace más de tres décadas a mirar la franja costera, la Laguna de Términos, como el lugar de origen de toda esta diversidad cultural.
No es que debamos volver a la misma noción, a la idea de una dominación chontal del sur de México, pero Thompson tenía razón cuando pensaba que el litoral del Golfo de México mucho había tenido que ver con este cambio en la dirección de la civilización.
El mar y los territorios costeros encaminaban entonces un modelo cultural del que no sólo participarían las tierras bajas del sur del área maya, también otras muchas ciudades de la llanura costera que terminarían expresándolo en los más distintos soportes materiales.
En el caso de la alfarería ciertamente no fue distinto, se produjeron centenares de figurillas en varios lugares de Tabasco, Campeche y Chiapas que atestiguan dichas transformaciones culturales y que ponen igual énfasis en la reproducción de elementos “no mayas”. La cerámica se irá apartando gradualmente de los estilos artísticos tradicionales, las figurillas se alejan por mucho de los paradigmas del período Clásico y ahora experimentan con nuevos cánones estéticos que trascenderán a la escultura del período Posclásico en la Península de Yucatán.
El rostro de esta pieza resume las tendencias del arte del Clásico terminal, la postura del cuerpo, también sus atavíos, son los mismos que por siglos han mostrado esta clase de figurillas de barro, pero la expresión y la propia construcción de los rasgos de la cara –la forma de los ojos y de la misma nariz– forman parte de las manifestaciones artísticas de una nueva etapa de la civilización en el área maya. El rostro ha perdido el aspecto mucho más estilizado que distingue a las figurillas de época anterior, ahora es más sobrio, de rasgos menos cursivos y mucho más acordes con los prototipos de una civilización que en el sur de México irá atenuando la identidad regional del arte.