Aunque se han tenido por diferentes, las antiguas culturas del centro de Veracruz son en su mayoría expresiones regionales de un mismo sustrato cultural. Sus vestigios revelan identidades locales que debieron surgir frente a la fragmentación política del territorio. Nadie pondrá en duda que la producción cultural de la Mixteca a finales del período Clásico y durante el Posclásico temprano era muy distinta a la que puede advertirse para la misma época en las cuencas de los ríos Blanco y Papaloapan.
Sin embargo, la escultura en barro del sitio arqueológico de Piedras Negras, en el municipio veracruzano de Tlalixcoyan, ilustra una antiquísima simbiosis de elementos culturales, unos locales y otros definitivamente procedentes de las montañas de Puebla y Oaxaca. El papel que jugaron los mixtecos en esta parte del centro de Veracruz fue realmente importante. La región de El Zapotal, conocida con el nombre de “La Mixtequilla” por lo menos desde el siglo XIX, advierte de su evidente vinculación primero con el área oaxaqueña y después con Cholula.
Las cerámicas de tipo códice –diagnóstico de la cultura mixteca- se volverían muy populares en la cuenca del Papaloapan a partir del Clásico tardío. Se trata de objetos reservados para uso ceremonial y decorados -sobre el fondo negro de las vasijas- con dibujos anaranjados de factura muy similar a los que exhiben estos documentos pintados sobre piel o corteza de árbol. Por otra parte, la penetración de objetos culturales distintos y característicos de ciertos lugares de Puebla y de la montaña de Oaxaca no definen por sí solos este momento singular de la historia prehispánica del centro de Veracruz.
En Madereros la plástica mixteca se mezcló con la tradición alfarera veracruzana, el resultado fueron grandes esculturas de barro que incorporan los elementos iconográficos propios de la Mixteca. Es probable que de este lugar de la llanura costera del Golfo proceda la cabeza modelada en barro de la que fuera antiguamente una figura de cuerpo entero vestida a manera de guerrero. Cubierta con un yelmo que asemeja la cabeza de un águila, exhibe un rostro de grandes ojos y boca entreabierta con la nariz decorada por una barra ceremonial que la cruza. Las orejeras eran circulares, todavía sobrevive una de ellas, y es posible que toda la figura estuviera recubierta por un fino enlucido de cal sobre el que originalmente se aplicaron colores muy vivos.
Si comparamos esta pieza con los ejemplos que se conservan en el Museo de Antropología de Xalapa entonces podremos imaginar la manera en la que se resolvió la posición del cuerpo. Por lo regular, se trata de grandes figuras sedentes, cercanas al metro de altura, con las piernas flexionadas y los brazos apoyados sobre las rodillas. El torso no muestra mayores detalles, suele llevar un collar de grandes cuentas y se antoja casi una vasija volteada de la que surgen abruptamente las extremidades. En estas últimas los alfareros solían poner mayor atención y de ello que ganaran pulseras o sandalias de formas variadas.