Los purépechas se ligan plenamente con el Michoacán antiguo, no obstante, a lo largo de los siglos, no ocuparon la totalidad de ese territorio, sino que, de manera importante, lo cohabitaron con otros grupos étnicos o lingüísticos; algunos de ellos se asentaron en la llamada Tierra Caliente, de donde procede la escultura que vemos. La zona constituye la franja media de Michoacán, de este a oeste; es una extensa depresión rodeada por serranías: al norte por formaciones del Eje Neovolcánico Transversal, como la Sierra de Tancítaro, y al oeste y sur por la Sierra Madre del Sur. Fue ocupada por hablantes de náhuatl a finales del siglo XV e inicios del XVI -llamados “tecos” por los tarascos, término que se traduce como “mexicano”-, y cabe pensar que ocurrió así desde tiempo atrás, cuando se realizó este tipo de obras.
Isabel Kelly, la extraordinaria antropóloga pionera en los estudios del Occidente mesoamericano, las ubicó en la fase Tepetate y las denominó “figuras Capiral” a partir de la localidad de ese nombre en el municipio de Apatzingán. En lo general, se sabe de pocos ejemplares, si bien, considero factible que se inscriban en una prolongada tradición michoacana de escultura cerámica que iniciara en el Preclásico medio en el marco de la cultura El Opeño, y continuara en el Preclásico tardío en la cultura Chupícuaro y luego durante el periodo Clásico, cuando se aprecia de mejor manera en la zona de valles, ciénegas y lagos de la franja septentrional.
La característica más destacada de esta tradición artística es la figuración casi exclusiva de mujeres que aparentan estar de pie (en realidad no pueden sostenerse así), desnudas o semidesnudas y con variados y vistosos ornamentos; se trata de volúmenes sólidos. Los principales rasgos distintivos son: el pronunciado aplanamiento de la frente y la parte superior de la cabeza –que indica una deformación artificial tabular oblicua del cráneo-, la vulva en relieve muy alargada, la cabeza grande con forma de triángulo invertido, los brazos cortos despegados del torso, las piernas largas y una superficie con textura rugosa que evidencia la falta de pulimento.
Esta pieza lleva un tocado de banda con flecos o pendientes; la forma de los ojos se denomina “de botón”, se delinearon en negro y resalta la pupila del mismo color sobre el blanco de los globos oculares. Es muy llamativo el collar compuesto por varias líneas (en otras piezas los collares muestran pendientes alargados que llegan hasta la cintura). Además de los ojos, las orejeras se pintaron de blanco, el tocado y collar en blanco y rojo. Los pezones, la insinuación de las costillas y las piernas largas expresan cierto afán de plasmar una anatomía realista. Las esculturas Capiral fueron policromadas después de la cocción, por ello no suele conservarse la capa pictórica. Algunas presentan en mejores condiciones la superficie ocre como el color básico de la piel, el blanco y negro de los ojos y motivos simples en rojo óxido y negro a la manera de pintura o tatuaje corporal.
Otro rasgo es la boca ancha con dentadura representada por medio de excavaciones de líneas diagonales. Ciertos atributos de las figuras Capiral, como la cabeza triangular, la frente aplanada y el uso, en algunos casos, de una capa que llega hasta la cintura y de falda, parecen tener su antecedente en la misma zona de Apatzingán, en las figuras que Kelly llamó Delicias, datadas entre el 300 y 600 d.C., y cuya presencia también se ha registrado en sitios como Jiquilpan, varios de la cuenca de Cuitzeo y, asimismo, en Teotihuacán, en un edificio vinculado con pobladores procedentes de Michoacán.