No lejos de la laguna de Alvarado, en la antigua ciudad de Cerro de las Mesas, la historia comenzó muy pronto; siempre ligada al desarrollo de la cultura olmeca, supo hacer sobrevivir el estilo artístico de este antiguo pueblo de Mesoamérica. Fue en este ámbito donde las estelas celebraron a los gobernantes y donde los juegos de pelota terminaron por convertirse en pieza fundamental del culto al soberano. El juego de pelota llevaba implícito el sacrificio humano y quizá su introducción en el centro de Veracruz se vincule con una serie de rutas comerciales que fluían desde el sur de México, cruzando la región de Izapa y el Istmo de Tehuantepec para llegar a las costas del Golfo, y por donde también se habría difundido desde época muy temprana la decapitación ritual.
El comercio había jugado un papel decisivo en su conformación y continuaría siendo el eje de su posterior desarrollo. Su emplazamiento en lo alto de una colina debió ser precedida por tareas formidables de nivelación del terreno, que sólo pueden explicarse en el seno de una sociedad jerárquica que daba forma, por primera vez en su historia, a una verdadera arquitectura monumental. Las grandes pirámides de tierra y los corredores ceremoniales dedicados al juego ritual de la pelota se convirtieron en los elementos de un complejo arquitectónico que identificaría a los nuevos centros de gobierno a partir del Protoclásico (ca. 300 d.C.) y entre los cuales Cerro de las Mesas ocupa un lugar destacado.
Los signos labrados en las estelas de piedra ofrecen una estructura similar a los dispuestos en la temprana Estela C de Tres Zapotes y a los grabados en la Estatuilla de Tuxtlas, razón por la cual parecen recoger con la Estela de La Mojarra –hoy expuesta en el Museo de Antropología de Xalapa– un sofisticado calendario y un sistema de escritura de gran complejidad cuyos antecedentes quizá deban asociarse con la cultura olmeca. Es a esta suerte de cultura de élite a la que Justeson y Kaufman han llamado epiolmeca (ca. 300 a.C.- 250 d.C.). Su última fase de desarrollo coincide en el centro de Veracruz con la producción en torno a la cuenca del río Papaloapan de un grupo de estelas claramente vinculadas con la exaltación de los gobernantes.
Sólo en Cerro de las Mesas se produjo una obra escultórica de importancia aunque ciertamente no fue el único sitio que erigió estelas durante el Clásico temprano; dicho fenómeno cultural tampoco parece haber alcanzado una dimensión regional que lo llevara más allá de la Sierra de los Tuxtlas. De hecho, es posible que permaneciera cerca del mar y que no tratara de internarse demasiado en el territorio. En vísperas del Clásico tardío el inmenso poder amasado por varias generaciones de gobernantes parece haber llegado a su fin, quizá en correspondencia con el cese de la hegemonía comercial teotihuacana en el litoral del Golfo de México. Es entonces cuando se multiplican los centros de gobierno y cuando aparecen los elementos que habrán de definir la cultura Clásica de Veracruz, como es el modelado de grandes figuras de barro mayormente en lugares desprovistos de piedra.
La Mixtequilla, región sobre la cual tendría influencia el modelo cultural de Cerro de las Mesas, mantuvo cierta individualidad gracias al activo intercambio comercial con la montaña de Oaxaca durante todo su desarrollo cultural. Aunque el Clásico tardío quedó marcado por la producción local de objetos de barro “monumentales” y de Figuritas Sonrientes, se perciben elementos que corresponden al universo cultural de Monte Albán.
Esta pieza que aquí nos ocupa es extraordinaria en varios sentidos; muestra los primeros pasos de un desarrollo tecnológico orientado a la producción de grandes figuras de barro. Los rasgos del rostro, por otro lado, se asocian tipológicamente con las figurillas del Clásico temprano pero no cabe duda que se encuentran en franca transición hacia la alfarería monumental. Los ojos cerrados y la boca abierta la colocan de lleno en una serie de cultos característicos del Clásico tardío pero que aquí no se encuentran plenamente desarrollados.
Rota, sin cuerpo, conserva pegada en el tocado –sobre una cinta que aparenta apretarle el pelo- una pequeña placa de barro con la efigie de perfil de un animal fantástico, una suerte de mamífero dotado de grandes dientes y de un poderoso hocico. Se trata de una figuración recurrente en el arte cerámico de esta región de Veracruz y que es muy posible que tenga relación en sus orígenes con una serie de elementos oaxaqueños primero incorporados y ahora desarrollados en la tradición local. Es admirable en el caso del Mictlantecuhtli de El Zapotal, una inmensa escultura polícroma de barro crudo, cómo se conservan en el tocado y cómo inclusive persisten motivos iconográficos venidos de los relieves escultóricos de Cerro de las Mesas.