Durante la etapa olmeca coexistieron al menos dos tradiciones de figuras de cerámica en diferentes localidades: una, de figuras pequeñas (que caben en una mano), sólidas, predominantemente femeninas, sin color y a menudo sin engobe, y otra de figuras de mayor tamaño (hasta dos y tres palmos), huecas, que representan generalmente a hombres, con varios engobes que producen un efecto de cromatismo natural. La tradición más antigua era la de las figurillas sólidas y pequeñas, venía del Preclásico temprano, pero ambas coexistieron en el Preclásico medio.
Ambas cabezas formaron parte de sendas esculturas antropomorfas de barro de la tradición olmeca. En el Preclásico medio se mantuvieron las tradiciones cerámicas anteriores, en particular en lo tocante a figurillas de barro sólidas de pequeñas dimensiones, generalmente sin engobe. Paralelamente se desarrollaron modalidades nuevas relacionadas con el fenómeno olmeca; una tradición formal y simbólica que acompañó al proceso de consolidación de los señoríos y de las ciudades proto-urbanas que edificaron.
Un grupo de figuras de cerámica, la mayor parte de las cuales coinciden con la denominación “baby face” (que es un poco simplista pero aparece en la literatura sobre el tema), tiene rasgos que hemos identificado como olmecas y en síntesis serían los siguientes: un marcado naturalismo, la intención de individualizar los rasgos de cada figura como si se tratara de un retrato, deformación craneana y frente abultada o abombada, labios carnosos con las comisuras muy marcadas, que sugieren fiereza. Algunas de estas figuras, particularmente las de tamaño mayor (dos y tres palmos) llegan a tener símbolos abstractos del repertorio olmeca, incisos o esgrafiados. Todas las figuras de esta vertiente están cubiertas por varios engobes y bruñidas, lo cual le da una apariencia muy natural a la encarnadura.
Sabemos a ciencia cierta que una de las localidades en las que se produjeron este tipo de esculturas antropomorfas de cerámica fue Las Bocas, en las cercanías de Izúcar de Matamoros, en Puebla. Allí se realizaron las dos variantes principales que podríamos distinguir tentativamente dentro del grupo de esculturas de cerámica con engobe de tipo olmeca: las más grandes, de dos y tres palmos, completamente huecas, muy rechonchas, y otras, de dimensiones similares a las de las viejas figurillas regionales, pero claramente diferenciables por su engobe y por los rasgos olmecoides. La cabeza y las extremidades de las figuras más pequeñas solían ser sólidas, pero buena parte del cuerpo era hueca.
Estas cabezas deben haberse desprendido de figuras de cuerpo completo, seguramente sentadas. Su realismo es muy notable, a la manera de retratos. Y es probable que se tratara, precisamente, de las efigies de señores enterradas en sus respectivas tumbas.