Cultura | Veracruz |
Región | Cuenca de los ríos Blanco y Papaloapan |
Período | Clásico tardío |
Año | 600-900 d.C. |
Técnica | Barro modelado, con rico pastillaje y aplicaciones de pintura negra |
Medidas | 11.4 x 10.4 x 6.5 cm |
Ubicación | Sala 2. El mundo religioso |
No. registro | 52 22 MA FA 57PJ 37 |
Investigador |
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Para el año 600 d.C. ya se habrían formado en los bosques tropicales del centro de Veracruz los primeros estados de la región. Sitios como Nopiloa y El Zapotal, ubicados sobre lomas entre las cuencas de los ríos, pronto se convertirían en los centros de gobierno del período Clásico. Todos ellos, habrían de surgir enmarcados por territorios bien definidos y sobre las bases de una sociedad altamente estratificada. Estas prístinas ciudades habrían de ejercer tal atracción sobre el territorio que no sería imposible suponer que la ganancia real de habitantes que experimentaban se debiera mayormente a su inédita prosperidad comercial y que fuera esta nueva condición la que favoreciera una marcada movilidad poblacional a lo largo de la costa veracruzana. El comercio había jugado un papel decisivo en la conformación de estos nuevos núcleos políticos y continuaría siendo el eje de su posterior desarrollo.
Las grandes pirámides de tierra, los corredores ceremoniales dedicados al juego de la pelota y los altares construidos en el centro de las plazas se convirtieron en los elementos de un complejo arquitectónico, pirámide-corredor-altar, que identifica a los centros de gobierno de la época. El factor ideológico no fue menos importante en el surgimiento de estos estados. Tan antigua gente dio forma a los centros de gobierno de una civilización cuya producción ideológica estaba en manos de la clase dominante y donde un sistema de creencias hacía aceptable al grueso de la población nuevas formas de autoridad que se desprendían de estructuras de gobierno altamente centralizadas. Tanto la élite gobernante como los estratos más bajos de la sociedad creían por igual en los poderes sobrenaturales del soberano.
La élite promulgaba su propio sistema de creencias a través de un conjunto de símbolos y de complejos rituales que enfatizaban el carácter sagrado de la figura del gobernante, quien ocupaba el centro mismo del culto y su innegable posición de autoridad se sostenía a través de argumentos tanto mitológicos como genealógicos que lo conectaban directamente con los dioses y lo hacían descender de ancestros deificados. Tláloc, una deidad centro-mexicana, se convertiría en la Costa del Golfo de México en el “gran sacrificador”; presidía el juego de pelota y los rituales de sangre. El soberano era por definición un jugador de pelota, sus elaborados tocados lo revelan en franca comunión con este dios que tendría poder sobre la existencia de los pueblos y con el cual sólo el gobernante podría interceder a favor de la comunidad.
Este magnífico rostro de barro, probablemente procedente de la cuenca del Papaloapan, es precisamente la figuración de un personaje de alta jerarquía que viste en el tocado los símbolos de esta deidad. Destacan las “anteojeras”, dos círculos concéntricos que le cubren los ojos y que fueron decorados con toques de pintura negra. Después de su hallazgo, la pieza fue recubierta con una capa de barniz brillante; estas técnicas de conservación, aunque comunes años atrás, han dejado de utilizarse para dar paso a intervenciones mucho más limpias que no alteran de modo alguno el aspecto original de las piezas.
Rep. Aut. I.N.A.H.