El personaje se recarga sobre una olla de alto cuello, decorada sobre la panza con profundas incisiones hechas con un punzón antes de que el pulido redondeara los bordes de las hendiduras. El motivo conformado por líneas oblicuas, consiste en diamantes dobles concéntricos con un punto al centro. El hombre está sentado con las piernas dobladas hacia adelante y abraza un ancho cuenco, el cual descansa sobre sus rodillas. Los dedos de las manos están indicados por profundas incisiones quizás para recalcar cuán firme detienen el cuenco. Se subraya así la relación entre el contenido de la olla y el del cuenco y la doble función del cargador, como si se nos quisiera indicar que éste no solamente trajo el precioso material resguardado en la olla sino que de ella extrajo una parte para ofrendarlo en el cuenco.
El cuello del hombre es tan largo como el de la olla y su cabeza sobrepasa un poco la altura de la vasija, lo que proporcionalmente significaría que en la vida real, la olla sería bastante grande. El peinado indicado por profundas incisiones paralelas en lo alto de la cabeza es propio de los hombres en la tradición de las figurillas de El Opeño: corto y peinado hacia atrás. En piezas similares encontradas en excavaciones en las tumbas de tiro de este importante sitio arqueológico, tanto en el cuenco como en la ollita, se encontraron restos de cenizas y sustancias quemadas que podrían ser el copal, cuyo aroma habría acompañado los ritos funerarios. Este grupo de figurillas con las cuales la pieza comparte también la manera de representar el rostro, ha sido interpretado como la representación de mercaderes, de personajes encargados de proveer bienes muy preciados, indispensable para los rituales.
En El Opeño, como en otras culturas del Formativo, las figuras masculinas son minoritarias y pertenecen a grupos bien definidos por sus actividades: los jugadores de pelota, los guerreros y los mercaderes como es el caso aquí. Recordemos que la cultura de El Opeño es un eslabón muy relevante en la historia antigua de México, por las evidentes relaciones que atestigua con el mundo andino y particularmente la costa ecuatoriana y el sur de Colombia, pero también por la herencia cultural que se reconoce en la cultura tlatilca.