El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Punzones de hueso | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Punzones de hueso

Cultura Desconocida
Región Desconocida
Período Posclásico
Año 900-1521 d.C.
Período 9 Posclásico
Año 900-1521 d.C.
Técnica

Hueso tallado

Piezas por lote 4
Medidas

16.5 x 2 x 3 cm | 16 x 2 x 3 cm | 16.8 x 1.2 x 1.6 cm | 19.3 x 1.8 x 2.5 cm

Ubicación Sala 2. El mundo religioso
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 1674
Investigador

La tecnología mesoamericana incluía la manufactura de diferentes instrumentos de perforación, como buriles de piedra, agujas y punzones de varios materiales. Una buena parte de los punzones de hueso como éstos, eran utilizados en la práctica del auto sacrificio. Desde el Preclásico hasta la época de la Conquista, los pueblos mesoamericanos realizaron ofrendas de sangre. El concepto mesoamericano de la ofrenda implicaba entregar a los dioses un bien valioso en forma gaseosa o volátil, de modo que los dioses, ligeros y casi invisibles por naturaleza, pudiesen alimentarse; la fragancia de las flores y el humo aromático del copal fueron ofrendas muy importantes.

La ofrenda de sangre se realizaba por dos vías: la occisión ritual de seres humanos, codornices y algunos otros animales, y la perforación de algunas partes del cuerpo para obtener sangre. Tanto en el caso del sacrificio de seres vivos como en la punción ritual, la sangre obtenida debía impregnarse en otros objetos y la mayoría de las veces quemarse, para que su aroma y el humo producido por la combustión sirvieran como alimento divino. Las punciones en el propio cuerpo permitían un goteo de sangre, misma que se recogía en papeles o bolas de zacate, materiales altamente combustibles.

Los punzones utilizados para hacer salir la sangre se incrustaban en bolas de zacate (llamadas en náhuatl zacatapayolli) hasta que éstas quedaban bien impregnadas y listas para incinerarse. Quienes realizaban las punciones o autosacrificio eran los nobles, que declaraban con orgullo tener la fortaleza necesaria para resistir esta práctica, mientras que los macehuales o plebeyos rara vez lo hacían. En particular, eran los jóvenes nobles en su etapa de formación o los sacerdotes quienes practicaban el autosacrificio de sangre de manera cotidiana. Con frecuencia vemos imágenes de sacerdotes o novicios que llevan en su mano los punzones con los cuales practicaban las incisiones en su cuerpo. Normalmente usaban dos punzones, uno de hueso y otro de maguey. Por obvias razones, sólo se han conservado los del primer tipo.

El dios Quetzalcóatl, patrono del sacerdocio y mítico iniciador de esa práctica, se representa casi siempre con los punzones en la mano. Según las fuentes, durante la noche y en la madrugada, los sacerdotes y jóvenes nobles de México-Tenochtitlan subían a las montañas y a lo alto de algunos templos para punzarse las orejas, la lengua, las pantorrillas, y en ocasiones otras partes del cuerpo como el pene. A veces se califica esta práctica como “penitencia”, pero es preciso aclarar que tal denominación es cristiana y no corresponde con el sentido de la ofrenda mesoamericana; los sacerdotes no estaban ofreciendo su dolor, como podría hacer un penitente en la tradición occidental, sino su sangre. El hecho de resistir el dolor también era valorado, pero se trataba de una valoración ideológica y social, que fortalecía su autoridad y poder como miembros de la clase gobernante. Un material muy usado para los punzones era el hueso de las extremidades del jaguar, como parece ser el caso de los que aquí se exhiben.

La tecnología mesoamericana incluía la manufactura de diferentes instrumentos de perforación, como buriles de piedra, agujas y punzones de varios materiales. Una buena parte de los punzones de hueso como éstos, eran utilizados en la práctica del auto sacrificio. Desde el Preclásico hasta la época de la Conquista, los pueblos mesoamericanos realizaron ofrendas de sangre. El concepto mesoamericano de la ofrenda implicaba entregar a los dioses un bien valioso en forma gaseosa o volátil, de modo que los dioses, ligeros y casi invisibles por naturaleza, pudiesen alimentarse; la fragancia de las flores y el humo aromático del copal fueron ofrendas muy importantes.

Obras de la sala

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