La Huasteca, es un enorme territorio del oriente de Mesoamérica cuya uniformidad cultural le viene de una probada unidad étnica y lingüística. Se extiende junto al mar (Veracruz, Tamaulipas y San Luis Potosí) para remontar las montañas de Hidalgo y Querétaro. Atravesada por ríos impetuosos y con climas contrastantes, vio el surgimiento de múltiples asentamientos, varios de ellos de una antigüedad sorprendente que atestiguan la enorme complejidad política y social que alcanzó en época prehispánica. Puestos en tierra caliente o en los bosques de pinos y encinos que caracterizan la vegetación de la montaña, no sólo compartieron una lengua ancestral sino que estructuraron su universo simbólico a partir del ritual del juego de pelota y de los sacrificios humanos.
Jugar a la pelota era entonces un asunto verdaderamente serio, algo que escapaba de las manifestaciones lúdicas para organizarse en la forma de un culto que aseguraba la existencia de la comunidad en su conjunto. Era un ritual complejo, probablemente estructurado en episodios bien diferenciados, que terminaba en un sacrificio de sangre. La víctima se escogía con anticipación. No hay cosa menos atinada que especular si el sacrificado era el jugador más aventajado o el que perdía el juego.
En realidad, es muy probable que no fuera ninguno de los dos puesto que uno de ellos invariablemente era el gobernante, por lo menos en lo que hace a la llanura costera del Golfo de México. El soberano solía representarse como jugador de pelota. En el área maya sabemos que tomaba parte de los juegos puesto que su resultado incidía directamente en el destino de la comunidad. Muchas veces la víctima del sacrificio era un cautivo de guerra, miembro de un linaje de gobernantes de una ciudad vecina, un enemigo de la comunidad. Los textos epigráficos del área maya están llenos de estos casos, sólo por citar aquí un ejemplo vale la pena recordar el trágico destino que sufrió el hijo más joven de Pakal, “Divino Señor de Palenque”, a manos de la gente de Toniná.
Los juegos de pelota, sus complicados rituales, debían congregar a un grupo muy nutrido de la sociedad. Presididos por la clase gobernante, por el soberano, se desarrollaban durante horas o hasta por días para terminar las más de las veces en la decapitación de la víctima previamente seleccionada. Los jugadores ponían en movimiento una pesada pelota de hule macizo que requería usar una serie de prendas que servían para protegerlos de las magulladuras provocadas por el rose constante de la pelota. Como puede verse en la figurilla que nos ocupa, vestían abultados cinturones de cuero y rodilleras manteniendo en su indumentaria los adornos propios de su alta jerarquía social, como son las orejeras. En este caso porta un tocado y una pieza de tela semejante a un huipil que le cubre la parte superior del torso.
Habiendo sido obtenida sin reparo sobre su procedencia, es francamente difícil establecer la identidad del contexto arqueológico del que formaba parte en la antigüedad. Probablemente viene de la huasteca potosina pero no hay garantía de su correcta atribución a esta parte del antiguo territorio de la Huasteca.
La Huasteca, es un enorme territorio del oriente de Mesoamérica cuya uniformidad cultural le viene de una probada unidad étnica y lingüística. Se extiende junto al mar (Veracruz, Tamaulipas y San Luis Potosí) para remontar las montañas de Hidalgo y Querétaro. Atravesada por ríos impetuosos y con climas contrastantes, vio el surgimiento de múltiples asentamientos, varios de ellos de una antigüedad sorprendente que atestiguan la enorme complejidad política y social que alcanzó en época prehispánica. Puestos en tierra caliente o en los bosques de pinos y encinos que caracterizan la vegetación de la montaña, no sólo compartieron una lengua ancestral sino que estructuraron su universo simbólico a partir del ritual del juego de pelota y de los sacrificios humanos.