El conjunto que se presenta a continuación, catalogados con los números 294 y 295 dentro de la colección del museo, corresponden a dos cajetes pulidos de tonalidad café. Cuentan con una base plana y paredes curvo-convergentes que finalizan en bordes redondeados.
Ambas piezas cuentan con engobe del mismo color del barro, además de estar pulidas a palillos. Cercano al borde se percibe un trabajo uniforme en disposición horizontal, el cual a medida que desciende a la base, comienza a desorganizarse, pues los trazos surgidos de la técnica aplicada toman diferentes direcciones, lo que a su vez genera que existan unas franjas mate y otras brillantes.
Los cajetes se encuentran modelados, muy posiblemente a partir de una pella de arcilla, la cual se trabaja con las manos y detalla con un guijarro. Cabe señalar la presencia de orificios tanto al interior, como al exterior de las vasijas, lo que revela el uso de desgrasantes de gran tamaño que, con el uso y el tiempo, se fueron desprendiendo de los recipientes.
Al fondo de las piezas, se distingue un tratamiento particular que supone una decoración, la cual tiene un fin práctico. Se trata de un óvalo manufacturado a partir del desgaste del engobe con objeto lítico que se inicia de adentro hacia afuera de forma helicoidal. Posteriormente, con un objeto punzante, se realizan las cinco líneas zigzagueantes, que en ambos casos se llevaron a cabo tras la cocción de las piezas.
En conjunto, estos atributos otorgan a los cajetes una función particular asociado a la molienda, tanto de minerales relacionados a pigmentos, como vegetales vinculados igualmente a tintes y por supuesto a la preparación de alimentos. Al observar detalladamente el interior de las vasijas, se evidencia el faltante de engobe en algunas zonas del cuerpo cercanas al fondo, lo que podría indicar su empleo como mortero.
Dentro de la bibliografía especializada, el término con que se les identifica es chilmoleras, presentes en diferentes regiones de Mesoamérica desde el Preclásico, lo que las convierte en unas de las vasijas con mayor permanencia en el territorio, ya que su producción y consumo sigue vigente hasta nuestros días.
La ausencia de un color ajeno a la tonalidad de la arcilla o del ahumado de la cocción, podría darnos pistas de su posible uso, el cual estaría íntimamente relacionado a la elaboración de alimentos, otorgándoles a las piezas una función doméstica.