El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Músico con máscara de pato en un ritual propiciatorio de lluvia | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Músico con máscara de pato en un ritual propiciatorio de lluvia

Cultura Tumbas de tiro
Estilo Comala
Región Colima
Período Preclásico tardío-Clásico temprano
Período 9 Preclásico tardío-Clásico temprano
Año 300 a.C.-600 d.C.
Técnica

Barro modelado, esgrafiado, pintado y bruñido

Medidas 22.8   x 15.4  x 12  cm
Ubicación Sala 3. Cuerpos, rostros, personas
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 1087
Investigador

Claramente es un oficiante ritual con atributos sobrenaturales; corresponden a los del pato, un ave a la que el pensamiento mesoamericano le atribuye cualidades notables para transitar del inframundo al plano celeste. Es un músico y acaso también un danzante; el atuendo lo cubre en buena medida pero puede reconocerse como una figura masculina porque en la plástica de la cultura de las tumbas de tiro los hombres son los que tocan los instrumentos musicales. El personaje golpea o raspa una concha de tortuga en su parte plana; aunque ha perdido un fragmento de la mano y del percutor, cabe suponer que éste haya sido un asta de venado.

Lo más destacado visualmente son el yelmo semiesférico de gran tamaño y la máscara de pato; en su eje longitudinal el yelmo tiene tres crestas largas de punta plana; la configuración de la cabeza pudiera indicar que la especie figurada es el mergo de caperuza, un pato buceador con cresta corrida en forma de abanico, llamado ehecatototl, “ave del viento”, en el Códice Florentino. El resto del atavío consta de un collar con pendiente circular con dos horadaciones pequeñas para suspenderlo, remite a un objeto de piedra o a una concha de molusco bivalvo.

Viste una camisa sin mangas, con cuello en V y flecos en los hombros; una especie de faldellín con la parte frontal triangular y que en la parte posterior ha perdido otro elemento del ave: la cola; las piernas lucen descubiertas, excepto por un par de adornos discales que se disponen horizontalmente y sólo rodean una sección de las extremidades; un par del mismo tipo de adornos sobresale en cada brazo. La cara de pato nos recuerda al dios del viento que en el panteón mexica se llama Ehécatl y es una de las advocaciones de Quetzalcóatl, si bien, las imágenes de esta deidad sólo presentan una máscara bucal con el pico.

Más allá de la asociación con una divinidad, los valores simbólicos de esta ave refieren la composición del cosmos y la interacción entre sus estratos verticales. Tal como lo ha dado a conocer Gabriel Espinosa Pineda, en la cosmovisión mesoamericana el pato se vincula con el viento, al igual que otras aves acuáticas que por un lado son expertas buceadoras y, por otro, su anatomía les dificulta caminar; por ello, sus ámbitos por excelencia son el aire o el agua, con frecuencia bajo de ella. En tanto, el mar o los grandes cuerpos de agua se asocian con el inframundo, penetran por debajo de la tierra y siendo que el nivel inferior del cosmos tiene una naturaleza acuática, el agua se concibe subiendo desde abajo, no cayendo desde arriba; aún las nubes vienen desde dentro de la tierra, del inframundo.

Además del agua, el viento es otro flujo que se origina en este estrato: sube a lo alto para soplar las nubes y anunciar la lluvia; desde esta lógica, las aves acuáticas poseen los atributos del viento, son capaces de penetrar en el inframundo y salir volando hacia los aires, casi sin mediar la tierra. Debemos considerar que con alta probabilidad esta imagen fue depositada en un espacio con valores míticos inframundanos: una cueva subterránea construida artificialmente, es decir, una tumba del tipo de tiro y cámara. Desde un punto de vista cultural, la presencia del hombre-pato en ese recinto parece natural.

Además de sus vínculos directos con el supramundo, el hecho de que esté tocando un caparazón de tortuga, alude al eje central, puesto que simboliza la superficie seca de la tierra; la imagen evoca la conexión entre los tres niveles principales del universo, con énfasis en el tránsito del agua, en tanto que el ritual musical representado buscaba propiciar la lluvia. El mismo hombre-pato, al connotar el viento que eleva al cielo las nubes que anticipan la lluvia, subraya dicha intención al golpear la concha de tortuga puesto que, según lo han apuntado Michel Quenon y Geneviève Le Fort, el sonido que se produce simula el trueno, el cual claramente precede las precipitaciones pluviales. Tal idea de que los tambores hechos de la envoltura del quelonio sirvieran para convocar nubarrones de tormenta y la lluvia ha sido expresada en torno a la cultura maya.

Entre los coras y huicholes se ha registrado el mismo concepto; ambos pueblos asentados en el Occidente conforman un sustrato cultural que, desde mi perspectiva, es heredero de la cultura de las tumbas de tiro; los náayarite y wixaritari ofrecen contundentes testimonios actuales de la continuidad de la cosmovisión que caracteriza a Mesoamérica. La imagen que atendemos del músico-pato que desde el inframundo acuático hace fluir hacia arriba el agua al golpear la concha de tortuga evidencia, a su vez, que en el arte de esa antigua cultura se expresó con un estilo muy original la ideología típica mesoamericana. Una de las finalidades del ritual musical sería la fertilidad agrícola.

Claramente es un oficiante ritual con atributos sobrenaturales; corresponden a los del pato, un ave a la que el pensamiento mesoamericano le atribuye cualidades notables para transitar del inframundo al plano celeste. Es un músico y acaso también un danzante; el atuendo lo cubre en buena medida pero puede reconocerse como una figura masculina porque en la plástica de la cultura de las tumbas de tiro los hombres son los que tocan los instrumentos musicales. El personaje golpea o raspa una concha de tortuga en su parte plana; aunque ha perdido un fragmento de la mano y del percutor, cabe suponer que éste haya sido un asta de venado.

Obras de la sala

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